Opinión | Daniel Almazán | El silencio que mata como una metralla
A lo largo de la historia y por instinto de supervivencia, el ser humano ha emprendido un alarga carrera de evolución en aras de adaptarse a un mundo siempre cambiante.
Por Daniel Almazán Jiménez*
Este proceso, hoy en nuestros días continua y aunque el propósito es el mismo, la humanidad se ha basado más en la evolución tecnológica como una forma de enfrentar los retos del mismo mundo pero, ahora mucho más cambiante que antes lo que nos ha obligado a incluir en este instinto de adaptación, diferentes ramas como la de telecomunicaciones, la médica, la conquista del espacio y la del trasporte por mencionar algunos.
Lo anterior pareciera genial pero por desgracia, no todo es bueno ya que la humanidad también incluyó en esta carrera evolutiva a la industria armamentística lo que ha otorgado poderes incalculables a naciones que, no necesariamente han priorizado la paz mundial sino todo lo contrario, han obtenido poder para ser temidos y no amados y, se han armado hasta los dientes como una forma de mostrar al mundo de lo que pueden ser capaces si algún otro país no accede a las exigencias de aquellas naciones poderosas.
Lamentablemente en eso también el ser humano quiso evolucionar, para dominar, quizá algo impensable para los primeros Homo sapiens que sólo buscaban crear herramientas más sofisticadas para asegurar comida y abrigo pero, hoy en día todo ha cambiado pues la comida y el abrigo, para muchos, ya no es un derecho pues tan sólo acercarse a pedir comida puede costarles la vida como ocurre en estos momentos en Palestina en donde el ser humano está muriendo de hambre por el fuego israelí mientras buscan a diario algo para comer.
Y me detengo en este lugar del mundo porque, justo lo que pasa en ese Estado y, concretamente en la Franja de Gaza, es un ejemplo de como la humanidad se ha preocupado tanto por la evolución en muchos rubros que ha olvidado la evolución más importante, la del humanismo, justo lo que dio origen al nombre de nuestra especie y sin humanismo, la gente se vuelve cavernícola y echa a bajo toda aquella evolución humana y conquistas tecnológicas al priorizar la violencia antes del diálogo, el entendimiento del mismo ser humano, la solidaridad con los demás o bien, la sensibilidad factor que se supone caracteriza a nuestra especie.
Y es que, basta ver las imágenes que circulan en diferentes medios internacionales y/o independientes para darse cuenta de la brutalidad del fuego israelí contra niños, mujeres, enfermos, ancianos y población entera y por eso, la Asociación Internacional de Expertos en Genocidio (IAGS, por sus siglas en inglés) ha establecido que la conducta de Israel “cumple con la definición legal establecida en la convención de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre el genocidio”.
Bandera de la ONU
Derivado de ello, y de manera tardía, a la ONU no le quedó de otra más que de manera burocrática, considerar que los métodos de guerra de Israel en Gaza “son compatibles con el genocidio, incluido el uso del hambre como arma de guerra”.
Ante ello debemos preguntarnos, ¿Cuántos muertos debe haber en un conflicto para que la ONU se pronuncie? Es más, analicemos la forma en la que este organismo reconoce el genocidio que comete Israel en contra de los palestinos que son atacados en su propia tierra y desde su propia tierra porque, si se conoce la historia, se debe reconocer también que lo que hoy es Israel era tierra de Palestina y de ahí, parte el conflicto.
Dice un cuento tibetano: “Cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho y, para cubrir esa distancia deben gritar para poder escucharse. Mientras más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse uno a otro a través de esa gran distancia.
Cosa contraria ocurre cuando dos personas se quieren o se aman, no se gritan sino que, se hablan suavemente porque sus corazones están muy cerca y la distancia entre ellos es muy pequeña por eso, no necesitan gritarse…”
Ese cuento me lleva a preguntarme: qué tan lejanos están los seres humanos cuando antes de gritarse debido a su enojo entre ellos, se lanzan misiles, se atacan por mar y aire, se cierran fronteras para impedir que entre la ayuda humanitaria y peor aún, se asesinan cuando tienen hambre.
Qué tan lejanos se encuentran los seres humanos cuando están en guerra y se desean la muerte y, peor aún, cuál será la distancia a la que se encuentran las demás naciones que guardan silencio ante un genocidio ocurrido en plena luz del día, silencio cómplice que también mata como una metralla.
Periodista | Twitter: @Daniel1Almazan
Columna anterior: Las cosas caras en realidad no son para el que paga por ellas sino, para las demás personas
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