Pedro Paramo En Netflix
¿Alguna vez has sentido que perdiste dos horas de tu vida? Netflix acaba de estrenar su versión de «Pedro Páramo», y francamente, hasta los fantasmas de Comala están pidiendo reembolso.
La muerte (de la paciencia) llega a Comala
Netflix se aventuró a adaptar la obra maestra de Juan Rulfo, y el resultado es tan árido como el pueblo fantasma donde transcurre la historia. Esta nueva versión, protagonizada por Tenoch Huerta, logra lo imposible: hacer que una historia sobre fantasmas sea menos animada que un cementerio a medianoche.
Lo Bueno (si es que existe)
- Las locaciones son bonitas (aunque hasta las piedras actúan mejor)
- Al menos es fiel en mostrar que todos están muertos (igual que el ritmo de la película)
- La fotografía intenta honrar el espíritu de la obra original (énfasis en «intenta»)
Lo Malo (agárrense)
- Tenoch Huerta parece estar sufriendo de un estreñimiento crónico durante toda la película
- El ritmo es tan lento que hace parecer una carrera de caracoles como «Rápidos y Furiosos»
- La narrativa es más confusa que tratar de explicarle física cuántica a un gato
Lo Imperdonable
Pretender que esta versión puede siquiera compararse con la adaptación clásica donde el maestro Carlos Fuentes escribió el guion y el legendario Gabriel Figueroa manejó la fotografía, es como decir que un dibujo de palitos es comparable con la Mona Lisa.
Netflix y el arte de la autocensura
La película pretende mostrarnos lo malvado que era Miguel Páramo, pero es como si nos contaran un partido de fútbol por teléfono: todo sucede fuera de cámara. ¿El asesinato del hermano del sacerdote? Una conversación casual en la cocina. ¿El abuso de la sobrina del padre Rentería? Un chisme entre fantasmas. ¿Las fechorías de Miguel? Un podcast de ultratumba.
Es como si Netflix hubiera hecho una telenovela de sobremesa con la historia más oscura de la literatura mexicana. Imagínense «El Padrino» donde solo viéramos a la familia Corleone tomando café y contando lo que pasó en las reuniones importantes – así de ridículo se siente.
En su afán por no incomodar a nadie y evitar la temida «cancelación», Netflix optó por una versión light que le quita toda la crudeza al relato original. ¿Recuerdan la impactante escena del cementerio donde Miguel Páramo abusa de la sobrina del cura? Pues aquí brilla por su ausencia. ¿Y qué hay de Dorotea, la alcahueta que entregaba mujeres a Miguel? Solo nos dejan ver su confesión al padre Rentería, como si estuviéramos viendo la versión censurada para Disney Channel.
La doble moral made in Netflix
¡Ah, pero eso sí! Para las escenas que parecen sacadas de un softporn ochentero no escatimaron en presupuesto ni en tiempo en pantalla. La hipocresía alcanza niveles estratosféricos: censuran la violencia cruda que da sentido a la historia, pero le dedican minutos interminables a escenas dignas de telenovela turca después de las 10 PM. Es como si en lugar de adaptar a Rulfo, hubieran querido hacer «50 Sombras de Comala».
La versión de 1967 tuvo los pantalones de mostrar estas escenas crudas que dan peso a la historia. Netflix, en cambio, alargó la película pero paradójicamente recortó lo sustancial, dejándonos con un fantasma de lo que pudo ser. Es como pedir unos tacos al pastor y que te sirvan solo la tortilla: te quedas con el contenedor pero sin la sustancia.
El Pedro Páramo más fresa de Comala
Y hablando de desaciertos, Manuel García Rulfo nos entrega un Pedro Páramo que parece recién salido de Polanco, no de Comala. Su interpretación es tan hueca como una piñata después de la fiesta, con una dicción que fluctúa entre cacique rural y junior del Starbucks. Se le escapa el acento fresa más veces que suspiros tiene Susana San Juan, y su actuación tiene tanta energía como un velorio en domingo.
Cuando el personaje debería transmitir el peso de ser el terrateniente más temido de la región, García Rulfo parece más preocupado por no arrugar su camisa que por construir al personaje. Su Pedro Páramo tiene toda la intimidación de un chihuahua con suéter. ¿Se supone que este es el hombre que hizo temblar a todo Comala? Porque lo único que tiembla aquí es su dicción.
Susana San Juan: De tragedia a serie B
Y si hablamos de interpretaciones desconcertantes, Ilse Salas nos regala una Susana San Juan que parece más salida de «The Walking Dead» que de la obra de Rulfo. Su actuación oscila entre la Llorona después de un maratón de gritos y un zombie con insomnio. Lo verdaderamente trágico es que el personaje original, una mujer atormentada por el abuso de su propio padre, queda reducido a una caricatura softcore.
Porque claro, Netflix decidió que mostrar el trauma del abuso paterno era demasiado intenso para su audiencia. ¿Su solución? Reemplazar esta crucial línea argumental con escenas de Susana masturbándose y desnudos gratuitos que aportan tanto a la trama como un nopal en el Polo Norte. Es como si en lugar de adaptar una obra maestra de la literatura, hubieran querido hacer «Susana San Juan: Fantasías de Medianoche».
El Duelo de Titanes (o más bien, de David contra Goliat)
Ver a Héctor Kotsifakis intentando llenar los zapatos del gran Don Ignacio López Tarso es como ver a un vendedor de tlayudas tratando de competir con don Alfonso Cuarón en los Oscar. Con todo respeto a las tlayudas, pero hay actuaciones que son como los buenos mezcales: entre más añejos, más sabrosos.
Conclusión: R.I.P. (Rest In Páramo)
Si Juan Rulfo viera esta adaptación, probablemente escribiría una secuela llamada «Pedro Páramo 2: Ahora Sí Están Todos Bien Muertos». La película logra lo impensable: hacer que una historia sobre fantasmas sea menos memorable que un fantasma mismo.
El corazón ausente de la historia
Y aquí llegamos al pecado más imperdonable de esta adaptación: la total ausencia del verdadero núcleo de «Pedro Páramo». ¿Dónde quedó ese amor obsesivo, esa devoción casi religiosa que Pedro sentía por Susana San Juan desde la infancia? Esa pasión que movía montañas y que convirtió a un cacique despiadado en un hombre capaz de destruir un pueblo entero por amor, brilla por su ausencia.
Netflix logró lo imposible: hacer una versión de «Pedro Páramo» sin su esencia fundamental. Es como hacer «Romeo y Julieta» sin el romance, «Cien Años de Soledad» sin la soledad, o unos tacos al pastor sin el pastor. Ese amor que transcendía la muerte, que hacía que Pedro recordara «los juegos, el aire que nos despeinaba, tu risa que entonces era agua fresca» se convirtió en… bueno, en nada. En su lugar nos dan escenas hot que parecen escritas por un adolescente calenturiento con acceso a ChatGPT.
La química entre García Rulfo y Salas tiene la misma intensidad que un nopal marchito. Sus escenas juntos transmiten tanta pasión como una declaración de impuestos. ¿Se supone que por este «gran amor» Pedro Páramo dejó que Comala se convirtiera en un pueblo fantasma? Porque lo único fantasmal aquí es la ausencia total de emoción genuina.
Calificación: ⭐ (y es siendo generosos)
Nota para los valientes que aún quieren verla: Preparen café, mucho café. O mejor aún, vean la versión original y ahórrense dos horas de su vida.
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