Relato «Un paso, no una promesa»
Reflexiones en bicicleta, a ritmo de fe y memoria
Pedaleo a ritmo lento, dejando que la brisa matutina me trate de espabilar y me deje llevar, como tantas veces cuando era niño, por rutas conocidos pero siempre con una sorpresa. La bicicleta cruje bajo mi peso, pero avanza firme hacia delante, como si supiera que hoy no busco llegar veloz a ningún lado sino sumergirme en los recuerdos y los pensamientos que, a cada giro de rueda, se me vienen a mi mente.
Recuerdo aquella bicicleta roja que me regalaron mis padres por mi cumpleaños, la primera que tuve. Era chiquita la bici, con rueditas laterales que me daban seguridad hasta que, un verano, mi padre decidió que ya era hora de quitarlas. “Solo tienes que dar un paso”, me dijo, “no te prometo que no caerás, pero sí que aprenderás”. Y así fue en aquel momento: un paso, luego otro, y de pronto, la libertad de pedalear por las calles del barrio, sintiendo el viento y la vida en los pulmones.
Hoy, mientras cruzo la plaza del pueblo, me encuentro con la procesión del Corpus. Las calles adornadas con alfombras de flores, los niños vestidos de blanco, el murmullo de oraciones y cánticos. Me paro, apoyo la bicicleta contra una farola y observo la procesión. Hay algo en esos los viejos rituales que me conmueve, aunque no sabría explicarlo. Quizá sea esa fe sencilla de quienes caminan en procesión, paso a paso, sin promesas de milagros, solo con la certeza de estar juntos, de recordar y celebrar algo que los une.
Me doy cuenta de que, en la vida, muchas veces buscamos promesas: de felicidad, de éxito, de amor eterno. Pero lo que realmente nos transforma es el paso que damos, aunque sea pequeño, aunque no sepamos a dónde nos llevará. Como cuando aprendí a montar en bicicleta, como quienes hoy caminan en procesión: el cambio no está en la promesa, sino en el movimiento, en la decisión de avanzar aun con temor.
Y vuelvo subirme a mi bici. El sol ya empieza a calentar con fuerza y la plaza se va vaciando poco a poco. Pedaleo de nuevo, ligero, sintiendo que cada giro de rueda es un paso más en este camino de fe y memoria. No necesito hacerme ninguna promesa; basta con seguir adelante, un paso, un pedal, una respiración a la vez. Porque la vida, como la fe, se vive en movimiento, y cada instante es suficiente para empezar de nuevo.
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