Últimamente no puedo de parar de fijarme en Sheinbaum, comparándola con Ayuso. Es cierto que comparar a la presidenta de un país enorme con la de una pequeña región de la pequeña España es como comparar a Cristo con un telepredicador, pero la simultaneidad catódica con que se alternan sus mensajes en la tele de acá lo hace posible.
Ambas mujeres hablan con un tono de reproche. En el caso de Ayuso es el reproche de una osa herida y un poco chulesca, como corresponde a Madrid, ciudad de osas, madroños y gatos. "Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son".
En Sheinbaum es el reproche silencioso de la madre a sus hijos: "ya hablaremos en casa". Es un tono fascinante, me encanta. Y es el mismo tono (solo que matriarcal en vez de patriarcal) que usa el presidente de su vecino del norte.
¿Por qué gusta ese tono de amenaza silenciosa, de irritación contenida, de desilusión (que no llega a despecho por aquello de que "el mejor desprecio es no hacer aprecio")? ¿Quizá porque muestra el poder del estado para quien los ciudadanos son solo hijos díscolos sin capacidad real de actuar?
No lo sé. Pero yo diría a Ayuso que aprendiera de la manera de hablar sibilina del otro lado del océano. Los bulos y amenazas deslizados como al descuido, el tono tranquilo pero severo, la autoridad moral tan asumida que no requiere defenderse. Aprende de Trump, aprende de Sheinbaum. Seguro que ellos aprendieron oratoria con los mejores.





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