Ir al teatro siempre debería ser un acto placentero y subversivo. Un espacio de tiempo que llame a la celebración del alma y de la alegría que nos completa el ser, el sentir.
Ir al teatro como un modo de combatir contra la desidia que flota en nuestras ciudades es defender a la cultura, es rebeldía y esperanza.
Hace unos días fuí al teatro. Me invitaron. La obra elegida es una puesta del Complejo Teatral de Buenos Aires, en la sala Presidente Alvear de la avenida Corrientes: Cyrano de Bergerac.
Un elenco numeroso de 26 actrices y actores, producción multimedia y un señor* que, según me cuentan, ganó algún premio por su trabajo, me han hecho sentir como pocas veces: totalmente decepcionado.
Me sentí como en una escuela secundaria, viendo la función de fin de año, con actuaciones muy poco creíbles, faltas de esa llama que ilumina el aquí y ahora.
Fueron más de dos horas para nada.
Bueno, para algo sí: para confirmar que no siempre alguien famoso, con producción y con una sala importante, puede hacer algo que se pueda llamar teatro.
* Le dicen Puma, se apellida Goyti y decepciona profundo (es lo que mejor le sale).
#teatro
#cyrano