Juan 18. 12 – 27 / Jesús y Pedro, puestos a prueba
El que parecía débil se torna fuerte y el que se vio valiente se vuelve cobarde.
El texto de hoy es bastante extenso, sugiero leerlo en su biblia, pero colocaré un bosquejo:
Para iniciar, debo confesar mi alta expectativa por algo que sucederá dentro de un mes. El 1 de julio inicia la distribución a las librerías de la Biblia El Mensaje (MSG) en español. Habrán visto que en varias oportunidades he utilizado esa versión, (que en realidad fue una adaptación mía del portugués). Pero pronto llegará en español, de mano de Casa Creación y Publicaciones Tyndale.
Me han preguntado si realmente es necesario que existan tantas versiones de la Biblia en español. Desde 2016, cuando tuve una copia PDF en portugués de MSG, me cautivó el sentido del texto de la traducción de Eugene H. Peterson, un pastor y además erudito, que tradujo dándole al mensaje original un sentido más comprensible para nosotros.
Hay muchas cosas que cobran nueva vida, cosas que uno no ve normalmente a simple vista, en traducciones tradicionales. Pienso que especialmente será de mucha bendición para los jóvenes, y también para los que tienen una gran imaginación y un espíritu poético, ya que hasta suena, en mis oídos, con una rima deleitosa.
Yo aclaro, que para mi estudio personal utilizo ambas, El Mensaje y NVI. A veces utilizo programas donde puedo analizar un versículo en unas 15 versiones diferentes.
Yendo a nuestro texto de estudio
Aquí nos encontramos con una paradoja existencial. El que parecía débil, lavando los pies de los discípulos, se torna fuerte. Incluso si tomamos los otros evangelios, vemos que instantes antes:
Yendo un poco más allá, cayó al suelo y oró: «Padre mío, si hay alguna manera, sálvame. Aparta de mí esta copa. Pero, por favor, no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». Mt 26. 39 MSG
«Papito, Padre, ¡puedes salvarme! Aparta de mí esta copa. Pero, por favor, no lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». Mr. 14. 36 MSG
Por otro lado, el que demostraba fuerza y valentía, con la espada “voladora”, ahora sigue a Jesús, pero va escondido, muerto de miedo, y luego hasta grita palabrotas, asegurando que nunca en su vida siquiera había escuchado el nombre de “ese Jesús”.
La escena, voy a aclararlo, en el texto dice soldados, y en algunas películas había visto a soldados romanos, junto a Judas, pero el contexto general, de gente con palos, no parecería referirse a algo muy militar. Pienso que si fueran una tropa de soldados, Pedro no se hubiese escapado con su espadita.
Creería que ante un juicio fraudulento, en medio de la noche, sin testigos acusadores, eran tal vez simplemente una patota de judíos enardecidos por los líderes religiosos, en compañía de la policía del templo (los sagan).
Van a lo de Anás, y posiblemente Juan ingresa al patio, donde ocurría todo, gracias a algunos contactos que tenía, y Pedro no logra ingresar, pero gracias a una recomendación de Juan, puede finalmente ingresar.
El texto presenta lo que pasa, con la figura del quiasmo, donde primero al ingresar Pedro, la portera lo reconoce como discípulo de Jesús, y allí viene la primera negación. “No, no lo soy”
Allí cambia la escena, y Jesús es interrogado. Valientemente reconoce quién es, y lo que hacía, enseñar en las sinagogas y en el templo. Y dice una “frase matadora”:
Todo lo que hablaba lo hice en público; no dije nada en secreto. ¿Por qué, entonces, se me trata de conspirador? Pregúntenle a quienes me oyeron. Ellos saben muy bien lo que dije. Mis enseñanzas se daban en público». (18. 20, 21 MSG).
No veo que esta respuesta tenga algo de malo, pero evidentemente, Jesús se salió del protocolo. He visto que para hablar con el Papa, hay mil protocolos, y por eso mismo tal vez nunca se me ocurra hablar con León. Pero, evidentemente Jesús, no vio necesario quedar bien con esa gente.
Le dan una cachetada al Señor del Universo, y me parece que esto fue peor que las burlas y latigazos que le dieron los romanos. No estoy seguro de qué sensación tendría este burócrata, al saber más adelante que este Jesús había resucitado. Hay algunos momentos que no se borran de nuestra mente, y creo que este hombre, si no se arrepintió, seguramente el resto de su vida tuvo pesadillas sobre ese momento.
Y luego la escena vuelve a Pedro, allí, junto a un fuego, hecho con brasas. Josías Grauman, un predicador muy interesante, dice que es notable que Juan utiliza la palabra fuego con brasas solamente dos veces. Una aquí, y otra, cuando Jesús está preparando en la playa, un pescado, para tener una charla de amigos con Pedro, en una conversación restaurativa (ver Jn. 21. 4-14).
Notamos que la pregunta a Pedro, de la portera, no era amenazadora. No era un soldado con una espada, y con una voz bien ronca. Pedro parecía estar asustado de su propia sombra. Pero así somos la mayoría de nosotros. Contamos testimonios al frente de la iglesia, de lo maravilloso que fue predicar acerca de Cristo ante 25.000 personas en un estadio, pero de repente, nos acobardamos ante un pequeño ratoncito inofensivo.
No quiero ser demasiado largo, pero al leer este texto, la idea no es condenar a los policías, ni tampoco a Anás, ni al tipo de la cachetada, ni tampoco a Pedro. Tal vez sería bueno ver en que nos parecemos a todos ellos. Bueno, Anás no se arrepintió, el de la cachetada, no sabemos. Tampoco sabemos que paso de la mujer portera. Pero sabemos que Pedro luego se arrepintió, y tuvo un cambio de corazón.
Cerrando el quiasmo, Pedro negó dos veces más:
Mientras tanto, Simón Pedro se estaba calentando junto al fuego. Entonces algunos de los que estaban allí preguntaron: «¿No eres tú uno de sus discípulos?» Él lo negó: “Yo no”. Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le había cortado la oreja, le preguntó: «¿No te vi yo en el huerto con él?». Pedro lo negó otra vez. Entonces el gallo cantó. (18. 25-27 MSG).
Vemos que ya eran unos cuantos los que preguntaron la segunda vez, y un empleado de Anás, ¡pariente de Malco!.
Bueno, quién sabe qué habríamos hecho si nos tocaba a nosotros pasar por esto.
Mateo (26. 72-75 MSG) lo relata así:
Una vez más lo negó y juró: «¡Nunca he visto a ese hombre!» – Después de un rato, algunos de los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron: «Eres uno de ellos. Tu acento te delata». Entonces Pedro se enojó mucho y comenzó a gritar y a maldecir: «¡Nunca había visto a ese hombre antes!» En ese momento, un gallo cantó…
Sin tratar de lo verdaderamente importante, que es Jesús, en el texto, quiero referirme a los políticos y poderosos de este mundo, y a nuestra relación con el poder. Pienso que todos estamos relacionados con el poder de alguna forma, directa o indirectamente. Pero pienso que es muy feo y negativo cuando como cristianos queremos quedar bien con las autoridades, cuando algo se está haciendo mal.
Pienso que tal vez hoy estamos enviando a Alcatraz a gente, sin tener el testimonio de dos o tres testigos verdaderos. Y nadie dice nada. Y si me preguntan por el desgraciado, no, no, yo no lo conozco. Cuán difícil se nos hace muchas veces a los evangélicos lidiar con el tema del poder…
Que la gracia del Señor nos sostenga, aunque en algún momento hayamos dado una cachetada a un inocente. O aunque hayamos negado al Señor infinidad de veces.
Tal vez, hasta algunas veces nos hemos tomado con el pobre gallo, a tal punto que fue a parar a la olla comunitaria de las hermanas diaconisas.
Hasta aquí ¡Bendiciones y hasta la próxima!
- Wolfgang A. Streich
https://youtu.be/C6VEd0lPwk8?si=3O6cbfaJmLBtseC1
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