El viernes, subiendo a la universidad, había un conejo muerto a la orilla de la carretera y un cuervo comiéndoselo. Por lo menos el cuervo se veía contento, haciendo la situación menos triste.
En ese sentido, este semestre me tocó un estudiante diagnosticado depresivo. Nos pidió a la universidad un tratamiento especial y yo traté de ayudar. Pero en una clase puse una actividad por grupos aleatorios y quién sabe qué pasó pero salió del salón a mitad de la clase con mala cara. No ha vuelto.