Hay buenas jugadas que no brillan. Empeños que se ganan sabiendo a poco. Ni son derrotas ni mediocridades ni victorias pírricas. Solo es eso, les falta lustre.
Según la hora y según la latitud y la longitud, la mera existencia puede encajar en ese parámetro. El hecho de estar cabe en ese tipo de gloria.
Las historias están para ser contadas, de lo contrario son ideas o, si recogen testimonios, anécdotas. Tal es su fuerza transformadora. Cómo se moldean es la gran cuestión. Una de esas sin respuesta correcta.
Colson Whitehead lleva novelando sus historias años. RaMell Ross lleva menos. Una intersección por los caminos de Nickel Boys les ha unido.
Ross adapta la novela homónima mediante el lenguaje cinematográfico. Hasta aquí todo bien de no ser por el desaforado uso del mismo que hace a lo largo de la nominadísima cinta (mucho menos premiada).
Para buena parte de la audiencia eso puede haber sido confuso, incluso sacarles de la narrativa. Una pena porque la historia bien merece una misa, como se decía en ese clásico. Jamás se contarán lo suficiente este tipo de historias.
Los encuadres, los filtros retro, las imagénes de archivo, embellecen el filme y nos alejan de su humanidad. Incluso cuando expone actos impúdicos es tan fría que parece un documental periodístico. La forma se impone al fondo cuando, me repito, deberían ir de la mano.
La película es interesante. Y cumple su función. Llega a la meta (¡cómo no con esa madre que con cada aparición nos devuelve a tierra!). Solo que no sabemos si Ross quiso hacer una película autoral y la inseguridad fruto de su inexperiencia dirigiendo le pudo; o si pretendía seguir el canon indie tipo Sundance para hacer una película festivalera.
Parece un largometraje mezcla de muchas buenas intenciones.
A mí, ferviente defensor de la memoria, me gusta que Los chicos de la Nickel esté, aunque sea en mate.
https://www.filmaffinity.com/es/film590018.html
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